Queridos alumnos:
Os doy la bienvenida a este espacio virtual desde donde llevaremos a cabo parte de la misión para la que os habéis prestado voluntarios.
Os doy la bienvenida a este espacio virtual desde donde llevaremos a cabo parte de la misión para la que os habéis prestado voluntarios.
Sabéis que soy amante incondicional de la lengua española y amiga de todos los
idiomas en general. Adoro las palabras en cualquiera de sus formas; me gusta
leerlas, escribirlas, escucharlas, pronunciarlas y soñarlas cuando tengo
ocasión. También os he explicado que sufro mucho al comprobar cómo se vulneran
los derechos de las palabras, tan bonitas, tan necesarias, tan silenciosas.
Por desgracia, a nuestro alrededor somos testigos en numerosas ocasiones de la
existencia de palabras mal escritas, a las que les faltan o les sobran acentos,
con haches ausentes o mal puestas, con bes en vez de uves, con minúscula donde
tiene que ir mayúscula, etc. Se trata de errores -quiero pensar que cometidos
sin querer, claro está- que hacen daño a la vista (aunque a mí me hacen daño en
todo el cuerpo), a la cultura y a la imagen de nuestros pueblos, y por tanto, a
nosotros mismos. Nos hemos acostumbrado a ser testigos de esta injusta
situación y, como en cualquier otro agravio, si no actuamos nunca, nuestro
silencio nos hace cómplices, y eso no lo podemos permitir. El lenguaje es el
reflejo del pensamiento y la carta de presentación de una persona, por eso hay
que cuidarlo, mimarlo y protegerlo siempre de este tipo de atentados. La lengua
está viva en todos nosotros y nosotros estamos vivos en ella.
Si prestáis atención, veréis que los errores están por todas partes: en rótulos
de supermercados, en placas oficiales, en las cartas de los restaurantes, en
panfletos publicitarios, etc. Y las pobres palabras, que no pueden quejarse en
voz alta si nadie las pronuncia, no tienen más remedio que mostrarse así,
mutiladas, disfrazadas, humilladas, y esperar a que alguien las ayude...
Pues a eso me dedico yo con mucho gusto desde que las palabras son mis amigas:
a defenderlas, curarlas y recuperarlas, porque, en parte, me parece un buen
modo de devolverles todo lo que me regalan cuando las leo. Pero nunca puedo
ayudarlas a todas, y me tengo que conformar curando a las que encuentro a mi
alrededor.
En el mundo hay muchas personas que se dedican a desempeñar esta emocionante y
necesaria labor, personas agrupadas en diferentes países y con distintos
nombres trabajan incansables por un objetivo común, ¡es maravilloso!, ¿no os
parece?
Yo me dedico a esto en Alicante y en San Juan, que es donde he vivido siempre.
Por eso, aunque trabaje con vosotros y para vosotros, como vivo lejos de Petrel
y de Elda, necesito ayudantes: ayudantes amigos, amantes, guardianes y
defensores de las palabras, ayudantes valientes y responsables, que sepan
manejar armas tan infalibles como el diccionario, las reglas de ortografía, el
bolígrafo rojo, las gafas vulcanianas detectoras de faltas... Por eso os
necesito a vosotros, ¡los intrépidos e implacables cazafaltas!
¿Estáis seguros de que queréis participar en esta arriesgada y noble misión?
Sabéis que es algo totalmente voluntario, así que aún os podéis echar atrás...
Pensadlo bien.
Bueno, si todavía seguís leyendo es que realmente tenéis un don, un poder y una
gran responsabilidad...
¿Preparados? ¿Listos? ¡Ya!
¡Bienvenidos, cazafaltas!, ¡manos a la obra!
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